La inferencia es el terreno propicio para sentar las bases de un sólido aprendizaje experimental y eventualmente, científico. Cuando el ser humano hace inferencias cruzadas acerca de sus ideas, capacidades y posibilidades (también imposibilidades) logra despertar ese motor de la curiosidad que lleva dentro.
Afortunadamente existe una cadena evolutiva para ello con miles de años de trayectoria que conviene recordar a nuestro cerebro cada cierto tiempo. Nunca está de más mirar alrededor y pensar el porqué del éxito de una actividad como ejercicio de memoria histórica.
Bolivia, país cercado por una de las porciones más altas de la cordillera de los Andes, es un lugar rico en tradiciones y culturas originarias, aunque quizás con una visibilidad algo encofrada, a la vista de unas cuantas almas curiosas y afortunadas, en parte debido a su enclaustramiento marítimo o a la difícil accesibilidad de su territorio, precisamente por su orografía.
Aun así, el mito del encierro parece estar quedándose poco a poco relegado más a eso, a un mito o la historia fundacional del país. En el andar diario, con el desarrollo de los pueblos y ciudades en las llanuras, con la llegada de la globalización, del internet y la migración -campo/ciudad pero también internacional-, esa capacidad de aprendizaje se ha enriquecido, convirtiéndose en una suerte de posibilidad de formación multidimensional y ecléctica.
No obstante, existen todavía algunos terrenos, principalmente simbólicos, en los que la facilidad de transmisión de modelos exitosos, especialmente de conducta, no resultan tan sencillos.
Lo que en Norteamérica se ha trabajado ampliamente a través de los role models, muchas veces espoleados por una cultura deportiva amplia y una industria cultural robusta, también tiene su equivalente en los pueblos y culturas aimaras, quechuas, guaraníes y en general en ese sincretismo heredado de Occidente, a su vez influido por la cultura oriental, encarnados en mallkus, caciques, jefes de tribus o senseis, gujis, sumos sacerdotes o achachilas. Sus enseñanzas se han extrapolado a la vida diaria, ya no en una estructura de castas o de doctrinas, sino más bien como actividad cotidiana. De ahí surge la necesidad de formar o desarrollar nuevos modelos positivos de conducta, a veces complementarios otras inexistentes por las nuevas realidades, y no con un sentido de homogeneización sino más bien como elemento motivador y en el cual mirarnos al espejo.
A todo el mundo naturalmente le suele agradar que el vecino del barrio, o el colega del pueblo de origen, gane una vuelta ciclística regional, firme una obra literaria o sea propietario de una microempresa, porque, generalmente significará que algo hizo bien, y que algunos de los valores que encumbraron su éxito son compartidos por su comunidad de origen.
El sentimiento identitario y de pertenencia es el acervo y patrimonio más singular que tienen las personas. Lamentablemente, en una parte importante de casos, los modelos positivos de conducta suelen sobresalir en las sociedades contemporáneas muchas veces, espoleados por los criterios de mercado. Si el grupo que interpreta cumbia del pariente vende tanto, pues tan famoso es, y si el delantero del pueblo juega en un equipo participante el Copa Libertadores, tanto más cotizado será.
Los modelos positivos de conducta en América Latina y particularmente en Bolivia han estado históricamente más escondidos, y cuando no, aclamados principalmente como un exotismo. Afortunadamente, gracias a la mundialización de las preferencias y a la democratización cultural ese patrón está cambiando. Así, una figura del rock/pop de calidad mundial como Gustavo Cerati, un hilarante actor y guionista como Chespirito, un conjunto folklórico como Los Kjarkas o un dibujante a la altura del conocido Quino ya no tienen que vender solamente en los mercados del hemisferio norte para ser reconocidos, lo que complementa -en posibilidades culturales- a los que lograron encumbrarse en el gran mercado, como los casos exitosos de Shakira, Gustavo Dudamel y la Sinfónica Simón Bolívar, Vargas Llosa, García Márquez, Fernando Botero o el grupo Calle 13. Los tres ámbitos, -internacional, nacional y regional- son un complemento urgente, ya que los valores estéticos no parecen ser universales, a favor de las representaciones de carácter local, con referencias puntuales y específicas, circunstanciales se podría decir, que al final de cuentas son nuestras referencias más primigenias y cercanas.
La construcción de esos modelos positivos de conducta o el abono del terreno fértil de sus preceptos, se graba con mayor facilidad en la infancia. Para eso, el deporte es un potente transmisor de valores y objetivos en la infancia temprana. Mucha gente desearía que sus hijos logren un acceso a la filosofía aristotélica, que cultiven una disciplina férrea, que se enfrenten a los dilemas de la ciencia con soltura y que tengan capacidades narrativas sobresalientes, pero los niños necesitan ante todo algo más sencillo: jugar, y esa es la esencia primaria del deporte.
Como bien dice el campeón de futbol argentino y ex director deportivo del Real Madrid, Jorge Valdano,* el deporte rescata ese vinculo entre el cuerpo y la mente que tanto trabajaron en la Antigua Grecia, añadiendo el componente social y espiritual que también defendió el Barón Pierre de Coubertin, fundador de la visión olímpica.
Valdano añade las tres características de la actividad deportiva: el deseo de representación, la pasión, y la dimensión estética, facilitando las tres esa innata capacidad de aprendizaje que tienen todas las personas, asumiendo éstas ese proceso casi inconscientemente. Al final de cuentas el deporte es un juego, y en palabras del argentino, el juego quizás sea el primer antecedente del arte y la cultura.
Será importante pues, trabajar una de las regiones del mundo emergentes en materia deportiva en lo que son sus role models o modelos positivos de conducta. Estamos a menos de un lustro de los primeros juegos olímpicos de la historia en Sudamérica –los de Río de Janeiro- y los segundos en un país latinoamericano, tras la aventura mexicana hace más de cuatro décadas y los ejemplos exitosos no faltan, simplemente hay que socializarlos y promocionarlos un poco más. Estamos también a dos años de la Copa del Mundo de futbol de Brasil, lo que en su conjunto será un escaparate excelente para fomentar los modelos mencionados, pero haciendo énfasis en el terreno lúdico y educativo.
Por primera vez en la región el deporte marcará la pauta e influirá en las relaciones sociales, como suceso socioeconómico y hasta político. Habrá pues que aprovechar el hervidero mediático que se avecina, en los albores de un acontecimiento que ejercerá como referente deportivo mundial.
Y cuando los focos apuntan al escenario, a esa caja negra que hace que el único espacio de referencia -el alumbrado- adquiera un cariz mágico, cuando el espectáculo esté preparado y los espectadores en sus butacas, conviene tener listo el guión, ese plan de abono y nutrición de lo que nuestros niños recordaran durante las siguientes décadas.
Por Fadrique Iglesias
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