Los Caciques formaban parte de la elite colonial. A algunos desde el siglo XVI, se les reconoció su hidalguía como hijos de caciques nobles descendientes de los Incas, tal el caso de los cacique Guarachi, de Jesús de Machaca, Ayra de Arriutu de Pocoata o Cusicanqui y Caqui del pueblo de Calacoto, que incluso obtuvieron escudo de armas, según la heráldica española, pero con elementos indígenas, como la mascaipacha, penacho de plumas con que el Inca llevaba en la cabeza ajustado con un wincha y con pumas o serpientes.
Como intermediarios entre la administración española y las poblaciones indígenas, los caciques pasaron por muchas dificultades; por un lado debían cumplir con la recaudación del tributo de las comunidades indígenas que les habían asignado. Y, por otro, contemporizar con su propia gente, que se veía explotada por sus propias autoridades. Los caciques tenían obligaciones, facultades y derechos. Las principales obligaciones eran el recaudo del tributo, y el reclutamiento de indígena para la mita. Dentro de sus facultades, podían otorgar partidas de fe pública y sancionar. Y entre sus derechos estaban el de poder vestir a la usanza española, portar armas, montar a caballo y por supuesto estar exentos del tributo. Tenían casa en la ciudades, al estilo de las de los españoles, ubicadas principalmente en le barrio de San Sebastián. Los caciques se mantuvieron fieles a los españoles, porque vieron que era la única forma de sobrevivir y de sacar provecho material y social de su situación. Con este propósito alteraban a menudo la entrega del monto total de tributos que recaudaban o falseaban los datos de población para su propio provecho, en otras ocasiones dieron notas de ser importantes comerciantes, sacando provecho del poder que tenían de movilizar indios.
El cacique tenía autoridad en su pueblo porque desde siempre había sido un cargo hereditario y de tradición. Los españoles encontraron que el cacique era una pieza fundamental par allegar a manejar a los indios, ya que eran la autoridad natural entre ellos. Muchas pugnas entre caciques se suscitaron al haber dos hijos aspirantes al mismo cargo. Finalmente el pueblo reconocía al cacique que tenia mas poder, aunque muchas veces fuera en detrimento de ellos mismos.
A fines del siglo XVII, las Ordenanzas del Perú, dieron a los caciques atribuciones de caciques gobernadores, y después de la Rebelión de Tupac Catari, a fines del siglo XVIII, los caciques fueron reconocidos como Alcaldes.
Los caciques también se casaban entre ellos, preservando su status social. En el siglo XVII el cacique de Laja, caso en La Paz a sus hijas con los caciques de Tiahuanacu, de Jesús de Machaca, y de Pucarani, mientras que su propio hijo era cacique de la parroquia de San Sebastián de la ciudad de La Paz.
- EDUCACION DE HIJOS DE CACIQUES
Entre los derechos que tenían los caciques, estaba el de poder dar educación a sus hijos. No se sabe que hubieran colegios para hijos de Cacique en alguna ciudad de la Audiencia de Charca y lo mas probable es que fueran a educarse en el Colegio San Borja del Cuzco, donde se les impartía educación y evangelización con miras a que ellos lo hicieran una vez que regresaran a sus pueblos. Los niños de a 4 a 8 años reciban instrucción en oraciones, catecismo y se les enseñaba los primeros rudimentos de la lectura, la escritura, las operaciones aritméticas básicas, la oración y el canto. La enseñanza de Gramática y Latinidad era un paso mas avanzado y se daba en la escuela secundaria. Fruto de la labor de educación de los hijos de caciques fue que comenzaron a alternar con los españoles y a intervenir, como se ha señalado, en asuntos publico y de gobierno.
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