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Attach:coronelangel.jpg Δ A comienzos de la guerra del Chaco, el coronel boliviano Angel Rodriguez dijo:"La guerra terminará en las montañas", frase que se convirtió en verdad. Dibujo de Gil Coimbra.
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Inicialmente, el gobierno de Salamanca recibió apoyo de varios sectores de la población, especialmente la clase media, que pensaban que con la guerra superarían sus problemas económicos. Las tropas recién incorporadas compartían ese optimismo y, en general, pensaban que podrían vencer a sus adversarios paraguayos rápidamente. Pero este entusiasmo fue efímero, pues pronto se produjeron los primeros fracasos con los cuales la desmoralización y descontento empezaron a cobrar cuerpo.
La rápida y sorpresiva "movilización total" que quiso dirigir el obstinado Salamanca o funcionó pues el Estado y el ejército entrenado por oficiales alemanes no estaban adecuadamente preparados para responder a las necesidades de una guerra. Había división entre el poder civil y el poder militar, y entre los comandantes no imperó la unidad de criterio. El resultado fue que, por encima del sacrificio de oficiales y soldados, las acciones no tuvieron n9i la planificación ni la coordinación necesarias, y ni siquiera se sacó provecho de los avances iniciales. Al desencadenarse las acciones militares el ejército boliviano contaba en la zona de operaciones sólo con 1.500 efectivos y un total de 22 camiones, y esta situación no varió durante meses mientras el Paraguay realizó una movilización general mucho más efectiva. Salamanca y varios oficiales de alto rango actuaron al margen de la realidad y creyeron que la modernización del ejército boliviano realizada en las décadas previas lo hacía imbatible y, además, se subestimaron la capacidad del rival.
El presidente, y los oficiales del alto mando que estaban de acuerdo con la guerra, no tomaron en cuenta seriamente que con pésimas rutas y pocos vehículos era difícil enviar refuerzos, abastecimientos y municiones al Chaco. Tomaba dos meses llegar desde el altiplano al escenario de los combates. Hasta Villazón se viajaba por tren, y de allá a los alejados fortines se viajaba en camión y a pie.
Como era de suponer, los desastres llegaron en muy poco tiempo. Del 9 al 29 de septiembre, se produjo la batalla de Boquerón, luego que la avanzada boliviana tomó el fortín del mismo nombre, en este choque 600 bolivianos atrincherados tuvieron que resistir durante 20 días, hasta que fueron rebasados por la contraofensiva y posterior cerco de 15.000 paraguayos. Lo trágico es que el alto mando boliviano obligó a los defensores del fortín a mantener la posición sin enviar refuerzos, municiones, víveres ni medicinas. Esta insensibilidad de quienes dirigían la guerra provocó justificad indignación entre los combatientes, sentimiento que fue compartido en la retaguardia y se expresó a través de manifestaciones que exigían la renuncia de Salamanca.
Después de la exitosa defensa boliviana de Kilómetro 7, del 2 al 13 de diciembre, ante la presión popular que continuaba, el Presidente tuvo que traer de Alemania a Hans Kundt, quien años antes había tenido a su cargo el adiestramiento del ejercito y logro ascender al grado de general. A su llegada, Kundt de manera arrogante prometió una Vitoria rápida. No obstante, la ofensiva que lanzó fue un fracaso y se convirtió en retirada. En 1933, se produjeron los frustrados ataques de Nanawa I, Gondra y Nanawa II que, a pesar de algunos éxitos parciales como la toma de Alihuatá que precedió al fracaso de Gondra, mostraron la ineficacia de la estrategia de ataque frontal masivo que empleó repetidamente Kundt subestimando a oficiales jóvenes que sugerían una estrategia más flexible. El saldo fue trágico. Sólo en Nanawa II, el 9 de julio, murieron 2.000 bolivianos en nueve horas de combate, lo cual obligó a Kundt a detener la ofensiva.
Posteriormente, los desastres prosiguieron.
Entre el 15 de octubre y el 12 de diciembre, dos divisiones bolivianas, más de 8.000 efectivos, fueron rodeadas en Campo Vía y obligadas a capitular.
Este último fracaso hizo que Salamanca finalmente decidiera el relevo del orgulloso pero ineficiente Kundt.
Un aymara que com tantos otros fue incorporado al ejército a la fuerza a sus 17 años, Esteban Yapu Mamani, describió claramente los sufrimientos de los combatientes que el general alemán mandó a atacar sin considerar las pérdidas que provocaba su estrategia: “Era muy boscoso. Por fasta de agua pasábamos mucha sed y por falta de comida andábamos hambrientos. Nosotros estábamos cerca del campote batalla y escuchábamos los disparos. Más tarde aparecieron los soldados que habían peleado antes: andaban todos harapientos; al vernos lloraron…”. En otro particular, los soldados aymaras y quechuas, que eran el grueso del ejército, fueron los que más bajas tuvieron por los desaciertos de Kundt. Respecto a la participación indígena en los inútiles ataques frontales, Yapu dijo: “En primera línea íbamos los indios del altiplano. A veces nos daban a sorber pisco. Los altiplánicos íbamos sin miedo. Con todo eran muchos los que no sabían manejar armas y esos eran los que caían”.
El general Enrique Peñaranda, quien había vivido muchos años en los fortines del Chaco, se hizo cargo del mando en reemplazo de Kundt. El nuevo comandante reconstruyó el ejército boliviano, pero después de algunos meses de equilibrio y la victoria de Cañada Cochabamba (Strongest), el 25 de mayo de 1934, la situación nuevamente empeoró. Las fuerzas paraguayas tomaron Picuiba y forzaron la retirada boliviana de El Carmen, el corolario de estos desastres y de las constantes desinteligencias entre el Presidente y el alto mando, fue el apresamiento de Salamanca en Villamontes por los militares el 27 de noviembre, cuando se disponía a relevar a Peñaranda. El movimiento rebelde depuso al Presidente y lo reemplazó por el Vicepresidente, José Luis Tejada Soriano que ejercería la presidencia durante casi dos años (1934-1936). Posteriormente, en diciembre, las tropas bolivianas fueron nuevamente batidas en Picuiba y tuvieron que retirarse hasta las defensas de Villamontes.
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