En los primeros años de la década de 1930, la gravedad de la crisis económica y política permitió que intelectuales y obreros radicales anticipen que la elite gobernante trataría de mantenerse a flote convirtiendo los problemas internos enana guerra internacional. La opinión pública esperaba que en cualquier momento estalle el conflicto en la frontera del sudeste.
La década se inicio con agitación social y política pues en 1930, Hernando Siles había intentado prorrogar su mandato, provocando un levantamiento en La Paz, en el cual participaron estudiantes universitarios, sectores populares y finalmente el Ejército. El corolario del movimiento subversivo fue la destitución del Presidente. Una junta militar, apoyada por los principales partidos tradicionales, se hizo cargo desgobierno y luego reintensas disputas internas, y ante la continuación de la inestabilidad, entrego la presidencia a través de un Referéndum a un representante de la élite caracterizado por sus férreos principios y estricto accionar, Daniel Salamanca.
El nuevo Presidente, al iniciar su gestión se definió como anti-radical y anti-obrero, y denuncio la amenaza “comunista” que se cernía sobre Bolivia haciendo serias advertencias a aquellos que intentaran subvertir el orden imperante. Salamanca no sólo lanzó advertencias contra la izquierda, pues cuando tuvo problemas con los trabajadores respondió duramente. Para combatir las supuestas acciones comunistas, mas resultado de la miseria imperante queda la difusión de doctrinas radicales, el gobierno recurrió a los despidos políticos, la represión violenta, los confinamientos y los exilios. De manera simultanea, esta misma violencia fue empleada contra intelectuales y estudiantes de izquierda.
Pero el autoritarismo no pudo frenar los esfuerzos que hicieron en la clandestinidad dirigentes obreros y activistas. Además, el presidente se encontraba en una posición política muy difícil al carecer de apoyo parlamentario y estar sometido a sus antiguos rivales políticos. Por si esto fuera poco, el gobierno no tuvo éxito en sus esfuerzos para controlar la situación económica que continuaba siendo caótica. Consecuentemente, en 1932 Salamanca opto por maximizar el carácter del peligro externo, las agresiones paraguayas, para mejorar su situación interna y eliminar la fuerte oposición que tenia.
Inicialmente, Salamanca planteaba que era necesario salvar por medio de una línea de fortines la parte del Chaco que todavía no había sido ocupada por el Paraguay, aproximadamente la mitad del territorio que originalmente pertenecía a Bolivia.
Más en junio, cuando la línea iba a ser cerrada, se produjeron los incidentes de Laguna Chuquisaca. Dicha laguna ya se encontraba custodiada por soldados paraguayos durante un año, al descubrirla, el comando boliviano ordenó tomarla. Un reducido destacamento boliviano se encargó de cumplir la misión provocando la huída de los paraguayos. Esta acción, aparentemente sin mucha trascendencia, inició la guerra.
El presidente boliviano tuvo conocimiento de las circunstancias y dejó que las acciones sigan su curso. El suponía que se podía continuar con una campaña rápida y sorpresiva que haría prevalecer los derechos bolivianos y convencería al gobierno de Asunción sobre la necesidad de firmar un tratado definitivo. Además, Salamanca esperaba que la campaña fortalecería a su propio gobierno. El 19 de julio, por consiguiente, una guerra en gran escala ya estaba en marcha.
El alto mando militar, que en ese momento como en lo posterior se hallaba dividido, advirtió al Presidente que era sumamente peligroso iniciar una guerra completa en el sudeste, tomando en cuenta que el ejército no estaba preparado. No obstante, Salamanca se empecinó asumiendo la responsabilidad. Hay que añadir que con sus disputas internas y desinformación, el mismo Estado Mayor General contribuyó a la actitud presidencial cerrada y excesivamente confiada. De esta manera, un conflicto evitable, que pudo resolverse por medio del arbitraje, se convirtió en un trágico enfrentamiento bélico.
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