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EL PULPITO DEL DIABLO

Capitulo I

Presumible que ahí como en un anfiteatro estuvieron Behermolt, Asmodeo, Jergal, Nasatur; los siete malditos enemigos del hombre, confundidos con Supay y “haciendo migas” con Adula, en medio de emanaciones deletéreas, miasmas infernales, de azufre, nitroglicerina, vitriolo y demás ácidos corrosivos y fétidos.

Ocurrió siglos antes que llegaran los españoles en conquista, luciendo petos, lanzas y cascos de hierro y haciendo con el bruto una sola figura. Asustando a los ingenuos habitantes de estas latitudes que creían reconocer en los barbados una réplica de su Dios Viracocha. Por ello los atacaban humildemente y más tarde aceptaron que hollaran su dignidad de humanos con Encomiendas, mitas y otras tropelías, inventadas para sojuzgar y expoliar al desventurado nativo.

Capitulo II

En este tiempo los dioses bajaban a la tierra a confundirse con los hombre, objetos de su creación, a inspirarles el bien, el trabajo, la dulzura. Después de sus visitas las necesidades de cada pueblo; cuentan que Anti-Viracocha, cuando aportó Carabuco, hizo manar una fuente de cristalinas aguas, curadora de cuanta enfermedad pudiera aparecer sobre la tierra. Más tarde, la sotana le adjudicó el milagro a San Bartolomé en un afán de confundir los mitos kollas con las creencias religiosas cristianas, y señalo el cerro en cuyas faldas se levanta el pueblo como el sitio de la ermita en que oraba el santo. Se decía que el discípulo de Cristo había llegado a esos lugares antes de los españoles a predicar la doctrina del maestro; que traía, cargada sobre los hombros, una cruz idéntica a la del Redentor; que salvó de muchos atentados a su vida, hasta desaparecer milagrosamente un día, dejando en el aire un delicioso olor a pétalos de flores. Que fue San Bartolomé o Wiracocha, no lo sabremos nunca, pero si que era un ser calzado de bien y tocado de ternura, que embellecía el ambiente por donde trajinaba, que se colmaba de paz los que creían en el, y sus manos, ¡tan bellas!, cuanto acariciaban volvían maravilla.

Así empieza la leyenda del Pulpito del Diablo.

Capitulo III

Satanás que siempre busca borrar las huellas del bien que dejan los santones de la humanidad, sopesando que los carabuquenses, gentiles y paganos antes, de prehistoria rupestre, iban convirtiendo su torvo corazón en ternura de paz; una maravilla llegó a Carabuco, disfrazado en trazas humildes, a tocar las puertas del corazón de los habitantes.

En principio, creyeron los ingenuos que había regresado aquel otro hombre predicador del amor, que un día lejano llegara, dejara su palabra y desapareciera. Salieron presurosos a darle encuentro. En algarabía.

Portando en las manos humildes obsequios de panecillos de quinua, unos. Otros, cestitos diminutos trenzados de totora, para adornar el manto del santón en acto de gratitud. Lo vieron acercarse, y todos, atónitos, un poco cohibidos, observaron que los acuosos ojos del santo se habían trocado en duros pedernales: pero vestía la misma ropa, luego es él, se dijeron. Le rodearon y se fiaron de sus palabras, que ahora tenían la dulzura de la miel madura en su corazón, aquella que al final del paladeo se torna ácido en vez de gustar, repele. Pero no podían imaginar que fuera otro. Sus ingenuos espíritus escucharon al mendaz.

El pueblo en poco tiempo trastocó su dulce espíritu. Se torno egoísta, avaro, cruel con el extranjero, dispuesto a la guerra fraticida. A la violación. Al odio. Cuán fácilmente habían olvidado las prédicas de la primera llegada y ciegos ahora, adoraban al seudo-Wiracocha y hasta se embelesaban con la oratoria siniestra, que la aceptaban como buena y de prístina fuente.

Era tal la ira que había cundido en el pueblo que aún los animales, espantados, huían lejos; allí donde se guarecieran del furor sanguinario anidado en el corazón de los carabuquenses.

Casi todos profesaron la brujería. Adoraban la oscuridad. Infernales en su pensamiento y en su obra; pero un día, sin premonición alguna, cuando estaban reunidos en la gruta cercana del pueblo, entonces el templo de aquel maligno personaje, escuchando embebidos la palabra embaucadora, se presentó Wiracocha y, extendiendo su diestra, los convirtió a todos en horrorosos monstruos de piedra, pegados a las paredes de la gruta.

Capitulo IV

El tiempo se esfuminó las figuras y en el Coloniaje ya eran borrosas. El español, al descubrir la gruta y escuchar la historia oral de labios nativos, la bautizó con el Púlpito del Diablo.

Con este nombre, hasta hoy, se señala la gruta cercana al pueblo lacustre de Carabuco

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El Tesoro de Rocha

En el 732 de la calle Chuquisaca se encuentra la portada de un inmueble que hoy está dividido en varias casas y es compartido por algunos huéspedes. Antes, rondando el año 1648, era el caserón del español Francisco Gómez de la Rocha, conocido mercader de plata y falsificador de monedas.

Rocha guardaba la mitad de la plata que se debía transportar de la Casa de la Moneda a la Argentina y acuñaba sus propias monedas. Al ser descubierto, el hombre escondió su tesoro, el cual no ha sido descubierto hasta la fecha. Ranz López tiene 20 años y vivía en una de las casas que formaban parte de las propiedades de Rocha. “Mi casa era en la calle La Paz. Antes era de los españoles y en el segundo patio había una caballeriza”. Entre sus recuerdos está la visión de un duende cerca de lo que se supone que era el horno de fundición. En otra ocasión, fue su hermano el que se encontró frente a un hombre muy alto, vestido con una gabardina, que le impedía la salida. Cuando se chocó con él, empezó a sangrar de la nariz. Desde ese día, su padre les prohibió entrar en silencio a la casa, creyendo que este hecho era el que realmente atraía espectros.

Fabio López Cardoso es el padre de Franz, y con 64 años está contento de no tener que vivir ya en esa casa. “En esa época había caballerizas y he conocido todavía la bosta de caballos. De allí vi varias veces que salían caballos y se quedaban en el pilón dando vueltas. Eran unos seis. Yo escuchaba ‘toc, toc, toc’ y de curioso abría la puerta de mi cuarto y los veía claramente. Un caballo negro estaba a la cabeza y todos los demás eran blancos. Y, a pesar de tener la puerta totalmente asegurada con chapa y con fierros, los caballos se salían cabalgando como el viento”.

Sastre de profesión, en ese tiempo recibía encargos a toda hora. “Una vez —cuenta—, estaba con mi esposa mientras mi hijito de cinco años dormía. Una señora vino y me llamó de la puerta de calle para que le haga un trabajo. Se paró en el pilón y cuando bajé nos pusimos a charlar. Mientras conversaba con la señora, sentía que alguien pequeñito me agarraba la pierna y me jalaba el pantalón. ‘Parece que se ha salido su hijo’, me comentó la mujer. Sin verlo, le agarré de la cabecita y le dije ‘‘entra’’, y el chiquito se fue”. “Cuando terminé de hablar con la señora, regresé a mi cuarto y le dije a mi esposa que cómo va a dejar salir al chiquito si hace frío. ‘¡Pero si el Osvaldo sigue durmiendo!, me dijo. El niño no se había levantado y seguía durmiendo sin inmutarse. Entonces, al que le agarré la cabeza fue a un duendecillo’”.

María Luisa de Poveda tiene 58 años y desde hace 40 años es la que vive en esa casa. Desde que se casó, relata, sintió que el lugar no era normal, e incluso trajo a un sacerdote para bendecir el lugar. “Pero ya no padecemos mucho, aunque hay personas que vienen y sienten escalofríos, como si les apretaran el pecho. Y siempre me dicen que hay un tapado”.

“Ni bien llegué, cuando me casé, me dijeron que había tapado. Se me apareció un fantasma, me dio su nombre y me dijo dónde cavar. No le di importancia, pues nunca he estado necesitada de dinero”. Pero, curiosamente, la ambición es la que ha atraído incluso a extranjeros para la búsqueda del tesoro que dejó escondido Rocha cuando supo que podía ser descubierto. Y es que nadie reveló el supuesto escondite y el español ordenó matar a sus colaboradores. Uno de los posibles lugares estaría a 18 kilómetros de la ciudad. Se cuenta que hacia Tarapaya existían muchos accidentes que se atribuían al demonio. Por ello se tuvo que traer desde España la efigie de San Bartolomé, quien dicen que habría enfrentado allí a Satanás. Hoy, en ese punto sólo se puede ver una reja de hierro que protege la entrada de la Cueva del Diablo. Nadie se anima a ingresar ¿Una maldición protegerá ese tesoro? Ante la duda, los vientos rondan la plaza Bolivia, donde se erigía antes el primer cementerio de Potosí. San Pedro y San Pablo ya han cerrado los cielos, pero al parecer las almas continuarán caminando entre los vivos de la Villa Imperial.

El Fantasma de Juan Lara

Es un espíritu burlón que aparece de vereda en vereda y de pueblo en pueblo, enamorado de alguna muchacha a quien asedia hasta enloquecerla. Si no es correspondido, empieza a hacerle la guerra lanzando piedras en los techos con risotadas que se oyen en el aire, las cuales no se sabe de donde vienen; se cree que en vida debió ser un hombre libidinoso, que por algún pecado sexual pudo ser condenado a vagar libre de enamorarse, pero con la desdicha de no ser correspondido y de no poseer pretendientes.

Cuentan que en Caimito asedió a una bella mujer casada, a quien tiraba regalos y piedras preciosas, pero al ser rechazado y repudiado pasó a odiarla, a tal punto que cada hijo que la señora iba teniendo no se lo dejaba criar.

En la vereda de Platero, muy cerca de Caimito y de San Marcos, se dedicó a una niña de rubios cabellos, a quien puso al borde de la locura y pudo salvarse del caso porque sus padres la llevaron a San Marcos para que el cura la exorcizara, tras lo cual fue retirado el espíritu.

Juan Lara también hizo aparición cerca de San Marcos en la vereda de San Felipe. Allí se enamoró de una muchacha de cabellos rubios y ojos verdes, también le tiraba flores, piedras preciosas y regalos. La muchacha, al no ceder a sus deseos, empezó arañándole el rostro y luego todo el cuerpo, con pellizcos y chupones, por último hasta provocó el incendio de su casa. La muchacha y su familia tuvieron que irse a vivir a Santa Inés.

Acopio: Zully Torres y Oswaldo Villera.

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MITOS Y LEYENDAS

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