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“Crimen sin olvido” (1969), de Jorge Mistral, “Patria Linda” (1972) de Alfredo Estívariz y José Fellman, “La Chaskañawi” (1976) y el “El Celibato” (1981) de los hermanos Cuellar Urizar y “Tinku” (1985) de Juan Miranda, son algunos de los títulos que intentaron hacer un cine comercial mal entendido en Bolivia, intentos que acabaron invariablemente en el fracaso, debido quizás a que en la mayor parte de los casos se apoyaban en un folklorismo fácil, acorde con la visión de la “Bolivia Linda” que tantas veces preconizaron los gobiernos de turno.
Un punto aparte merece la obra del cortometrajista Diego Torres Peñaloza, que en los setentas y parte de los ochenta, impuso de manera solitaria un cine experimental compuesto por una veintena de trabajaos, donde destacan nítidamente “Umbral”, “A los cuatro vientos” y “Vamos todos”. Una obra que hasta el momento no ha sido evaluada de manera completa.
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