Se cuenta que, a fines del siglo XVI, el Inca Huaina Capac, señor del imperio inca que se extendía desde Quito, Ecuador, hasta Chile, visitó al Sumaj Orko - "cerro magnifico", en quechua -, y ordenó que se confeccionaran joyas de plata para su corte. Cuando comenzaron a extraer el mineral de sus vetas, una voz estruendosa les conminó a que se detuvieran: "No caven; no es para otros". Poco después los primeros colonizadores españoles se asentaron al pie del cerro...
Potosí es una de las ciudades más antiguas, famosas y de más historia de América, conocida por su derroche de riqueza, a cuya sombra surgieron centenares de iglesia, residencias, palacios y plaza, y cobraron un auge inusitado las bellas artes entre los siglos XVII y XVIII. Llegó a ser mayor centro de producción de plata del continente y se convirtió, en pleno siglo XVII, en la ciudad más grande de América. "¡Vale un Potosí!" fue una frase común en la época colonial para expresar el altísimo valor de un objeto.
Virreinato del Perú
La reorganización territorial llevada a cabo a lo largo del siglo XVIII disminuyó la importancia del virreinato peruano, que perdió una gran parte de su espacio y de su capacidad comercial. En 1717, se creó el virreinato de Nueva Granada, restaurado en 1739 tras un periodo de supresión. En 1776, la creación del virreinato del Río de la Plata supuso la pérdida de la explotación de las importantes minas de Potosí, que pasaron a integrarse dentro de la nueva demarcación, y del protagonismo comercial de Lima y su puerto del Callao, frente al adquirido por Buenos Aires.
Entrada del virrey en Potosí
El descubrimiento de plata en un cerro próximo a la ciudad de Potosí en 1545 convirtió esta ciudad boliviana en un punto clave de las posesiones españolas en América. En torno a la extracción de mineral argentífero en los yacimientos cercanos, Potosí creció hasta alcanzar los 150.000 habitantes en 1611. La obra que muestra la imagen, Entrada del virrey en Potosí, del pintor boliviano Melchor Pérez de Holguín (1660-1732), refleja el auge de la ciudad en esta época. El virrey protagonista del cuadro es Diego Morcillo Rubio de Auñón, quien ocupó dicho cargo así como el de arzobispo de Charcas desde 1720 hasta 1724.