“EL TIEMPO DE LAS VENGANZAS”
El presidente aumento la vigilancia de la capital por las noches, sin por eso impedir la proliferación de pasquines. El ambiente se tornaba cada vez más convulsionado. En uno de los pasquines se leía: “Ya es llegado el tiempo de las venganzas. Si la real Audiencia no castiga, formaremos batalla y daremos cuenta a la Gran Junta Central”. En otro pasquín: “Los chapetones están además en América, no así los nacidos en América o criollos que tienen derecho a vivir en América”.
La víspera del 24 de mayo se nota gran preocupación tanto del presidente como de las autoridades, acechándose unos a otros.
García Pizarro, conocedor de las intenciones de sus adversarios, decidió ordenar la detención de los oidores José Vicente Ussoz y José Vásquez ballesteros, del fiscal Miguel López Andreu, de los miembros del cabildo secular Manuel Zudañez y Domingo de Aníbarro y del abogado Jaime Zudañez.
Soló se logró aprehender a Jaime Zudañez pero ante las protestas de la población, García Pizarro acabó liberándolo.
La demostración de falta de autoridad favoreció a los complotados que salieron a la plaza y se pusieron a tocar las campanas a arrebato.
Mariano Michel, Bernardo de Monteagudo, los hermanos Zudañez vieron sus expectativas satisfechas, pues se produjo una conmoción de grandes proporciones.
Los oidores decidieron pedir la renuncia de García Pizarro comunicándoles que “entregue inmediatamente el mando político y militar como el pueblo lo pide con firme protesta de no aquietarse hasta que se verifique”.
Pizarro se negó a renunciar invocando que sólo lo podría hacer ante el Rey. Al tercer pedido y al ver que la negativa del presidente persistía recurrieron a medidas de fuerza, consiguiendo finalmente su objetivo: la renuncia. Se procedió a nombrar un nuevo comandante de armas: Juan Antonio Álvarez de Arenales. García Pizarro fue hecho prisionero.
Francisco de Paula Sanz, gobernador intendente de Potosí, en conocimiento de la noticia, se puso en marcha hacia La Plata con una milicia de 200 hombres para auxiliar al presidente.
La Audiencia, proclamando su lealtad a “la causa del rey y de la Patria”, pidió a Paula Sanz que suspendiese su avance y se le autorizo a venir sólo a él a parlamentar con el Cabildo Secular, los oidores y los regidores. La entrevista no llego a ningún resultado, el presidente continuo preso y los oidores amenazaban con encarcelar al arzobispo, sospechoso de favorecer las pretensiones de Carlota Joaquina.
Una vez ocurridos los primeros sucesos, se decidió dar a conocer los hechos a las provincias. Mariano Michel partió a La Paz y José Benito Alcérreca a Cochabamba, Bernardo Monteagudo a Potosí y Tupiza; Joaquín Lemoine a la Laguna y por último Manuel Zudañez a Oruro.
Michel, el mas radical de los emisarios, pues estaba convencido que la lucha debía ser por la independencia y no por un simple cambio de autoridades, cumplió con celo su misión en La Paz.
Él estaba ligado de amistad con el tucumano, José Antonio Medina, partidario también de las ideas revolucionarias. Ambos sostuvieron reuniones previas en Sicasica, lugar donde este ultimo ejercía su sacerdocio. El cura Medina prometió lograr que los radicales de La Paz se adhirieran a las consignas de La Plata, a pesar que el mensaje no era muy claro, razón por la cual decidió variar sus términos.
Michel volvió a Chuquisaca donde manifestó que “lo de aquella ciudad quedaba bien amarrado”. La Paz estaba ganada totalmente por la revolución. Allí se venia gestando una acción desde muchos años antes. En 1805 hubo una tentativa que motivo la prisión de varios vecinos, entre ellos Pedro Domingo Murillo.
En La Paz la conspiración ya se hallaba en marcha. Oportunamente, pocos días antes de la fecha fijada para el alzamiento, llegó de Sicasica el cura Medina, traía la idea clara de dejar de lado la “careta” o sea la supuesta fidelidad al rey y actuar abiertamente. Los comprometidos en La Paz eran numerosos, a la cabeza de ellos se encontraba Murillo.
El movimiento estallo durante la procesión de Nuestra Señora del Carmen.
El pueblo convocado por los toques a arrebato se reunió en la plaza principal, pidiendo y consiguiendo la deposición del gobernador intendente, Tadeo Dávila, del obispo Remigio de la Santa y Ortega, de los oficiales reales y otras autoridades.
Todo ello sucedió al grito de “Viva Fernando Séptimo, muera el mal gobierno, mueran los chapetones”. El 20 se quemaron públicamente los libros de deudas de la Real Hacienda; el 21 Murillo fue reconocido como jefe militar y Juan Pedro Indaburo, como su segundo. El 24 el cabildo que venia funcionando como Junta Gobernadora se convirtió en Junta Tuitiva conformada por Melchor de la Barra, José Antonio Medina, Juan Manuel Mercado, Francisco Xavier Iturri Patiño, Gregorio García Lanza, Juan Basilio Catacora, Juan de la Cruz Moje, Buenaventura Bueno.
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